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domingo, 15 de abril de 2012

Concorrenza sleale - Ettore Scola (2001)


TÍTULO ORIGINAL Concorrenza sleale
AÑO 2001
IDIOMA Italiano
SUBTITULOS Español (Separados)
DIRECTOR Ettore Scola
GUIÓN Ettore Scola, Furio Scarpelli, Silvia Scola, Giacomo Scarpelli
MÚSICA Armando Trovajoli
FOTOGRAFÍA Franco di Giacomo
REPARTO Diego Abatantuono, Sergio Castellitto, Gérard Depardieu, Jean-Claude Brialy, Claude Rich, Claudio Bigagli, Anita Zagaria, Antonella Attili
PRODUCTORA Coproducción Italia-Francia; Medusa Produzione / A.Gi.Di. / Telepiù / Filmtel / Eurimages / France 3 Cinéma / Les Films Alain Sarde
PREMIOS 2000: Premios David di Donatello: Mejor escenografía. 4 nominaciones
GÉNERO Drama | Nazismo

SINOPSIS Umberto es el propietario de una elegante sastrería, pero está perdiendo clientes debido a la competencia que le hace Leone, un sastre judío. La rivalidad profesional propicia toda clase de estrategias y trucos sucios. Sin embargo, sus hijos pequeños van juntos al colegio y sus hijos mayores son novios. Esta situación cambiará cuando, en 1938, el gobierno italiano aprueba las leyes raciales contra los judíos. (FILMAFFINITY)



Con esa calidez y emoción que son atributos del cine italiano y con una caligrafía de excelencia que vale como huella digital de Ettore Scola, Competencia desleal narra la muy áspera relación entre dos comerciantes del mismo rubro, pero no de la misma categoría. En un “vícolo” romano del apogeo fascista, casi pegadas, conviven como pueden una sastrería de medida y una tienda de trajes de confección. Umberto, dueño de la primera, tiene sangre italiana “limpia” y acata con más conveniencia que entusiasmo las duras leyes del juego que imponen los tiempos. Sergio, su vecino, es judío y no tardará en sufrir la cruel discriminación diseñada en la Alemania nazi pero copiada con veloz obediencia por el Duce. Umberto y Sergio deben sobrellevar esa tan incómoda realidad que establece la competencia comercial. Umberto tiene ideas publicitarias bastante primitivas pero astutas y Sergio en el acto las copia multiplicando su eficacia. Una sutileza meritoria del guión –que comparten Ettore y Silvia Scola con los hermanos Scarpelli- es mantener dentro de la relación esencialmente humana esta pelea por la clientela. El católico y el judío están hechos con buena madera, son nobles y en ninguno de los dos ni en sus respectivas familias  se incuba el huevo de la serpiente.
En una Italia que corre sin saberlo hacia el desastre, ambos son personajes entrañables con algo de aquellos vaticinios inquietantes que por debajo de la anécdota electrizaban Un día muy particular, aquella gran película de Scola. La descendencia de ambos se llevan bien, los más chicos comparten colegio y los más grandes, varón y mujer, inician un romance adolescente. Los días no son entonces particulares, sino muy comunes, con rencillas menores, miradas de furia y algún estallido meridional de Umberto cuando descubre en la vidriera de Sergio una ocurrencia suya. Nada, burbujas en un vaso de soda. La gran tormenta, sin embargo, está cerca. Y luego de la famosa visita de Hitler a Mussolini la persecución de judíos se pone en marcha. Aquí el film, que había atrapado por ese clima popular itálico que en manos de un artista se potencia con finezas de estilo, se vuelve angustioso. Un cascote rompe la vidriera de Sergio y la  policía lo considerada un incidente menor, una travesura infantil. Pronto veremos a toda su familia partiendo entre colchones y muebles en la caja de un camión quien sabe a dónde. Tampoco en este giro hacia lo dramático la película carga las tintas –acaso una omisión dado la gravedad de los hechos- porque acata del principio al fin una tesitura melancólica que descarta la oscuridad de la tragedia. Bien contada y con momentos de auténtica emoción, además de una impecable reconstrucción de época, Competencia desleal se potencia con notables trabajos de Sergio Castellito y Diego Abatantuono en las figuras centrales y aportes valiosos de Gerard Depardieu, Jean-Claude Brialy y Sabrina Impacciatore. Tarde, pero llegó. Y vale la pena disfrutarla.
http://www.elcine.ws/sitio/content/view/670/44/
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Un competidor no es un enemigo. Una situación límite pone esto de manifiesto en Competencia Desleal. Este trabajo que Ettore Scola, multipremiado y reconocido director y escritor italiano, estrenó en el 2001, muestra que la competencia en el mercado no debe ser como la de la guerra.
La acción se desarrolla en Italia, en 1938 cuando se está caldeando la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Dos vendedores de ropa enfrentados por la clientela separados solo por diferencias netamente comerciales, ya que tienen mucho en común.
Sus hijos más pequeños son amigos, los mayores son novios, y sus negocios no solo son similares, sino que están instalados uno al lado del otro. El conflicto es constante entre ambos, pero cuando el gobierno comienza a imponer leyes ridículas y discriminatorias, todo cambia entre ellos.
Ettore Scola, matiza su relato desarrollando adecuadamente la profundidad de cada personaje. Las virtudes interpretativas del elenco sostienen las intensiones del guión. Diego Abatantuono dota a su Umberto de rigor, seriedad y nobleza, componiendo una personalidad capaz de competir con su vecino, sin buscar prevalecer por cualquier medio. Sergio Castellitto entrega un carismático Leone, que recela de su competidor, cuando éste demuestra una inesperada empatía, pero que reconoce la nobleza de su accionar.
El resto del elenco llama la atención en los momentos que el guión se los permite. Entre ellos, Gérard Depardieu, es una figura reconocible y convocante, que resalta más por su presencia, que por su papel, pero su actuación no desentona.
Competencia Desleal es un film de intenciones modestas, que cumple todo lo que promete. Ettore Scola logra una tragicomedia entretenida, que puede despertar el interés por planearse si las leyes del mercado no son acaso excesivamente crueles y a la vez ridículas, como las de una guerra.
Juan Finn
http://www.solesdigital.com.ar/cine/competencia-desleal.html



Sinossi
Roma, 1938. Il milanese Umberto Melchiorre è proprietario di una sartoria. È sposato, ha un fratello che è insegnante in un liceo e due figli, Paolo, universitario, e Lele che va alle elementari. Accanto al suo negozio c’è la merceria di Leone Della Rocca, romano di origine ebraica, anch’egli con una bella moglie, una figlia universitaria (Susanna) e un figlio più piccolo, Pietruccio, coetaneo di Lele. Vivendo gomito a gomito e gestendo un’attività commerciale affine, Umberto e Leone sono in aspra concorrenza: il primo cerca di mantenere la propria ricca clientela abituata alla tradizione e agli abiti su misura, mentre il secondo, attraverso una politica commerciale più spregiudicata e vestiti più economici, cerca di sottrargli più acquirenti possibile. Nonostante i continui dispetti che i capi famiglia si riservano l’un l’altro, tra gli altri componenti c’è una stretta amicizia: i due figli maggiori vivono una piccola liaison sentimentale, Lele e Pietruccio sono compagni di classe e fedeli amici. Un giorno però, dopo l’ennesima lite, Umberto si lascia scappare un insulto razzista nei confronti di Leone.
Tra i due scende il gelo. Anche la situazione politica cambia radicalmente nel volgere di poche settimane quando il governo fascista, imitando quello hitleriano, promulga le leggi razziali contro gli ebrei. La famiglia di Leone è costretta a subire una serie di discriminazioni sempre più gravi: il negozio viene preso a sassate da sconosciuti, sono costretti a restituire le radio e i mangiadischi, a licenziare le cameriere ariane, a togliere i figli dalle scuole statali. Umberto apre finalmente gli occhi e si accorge dell’umanità del rivale e dell’assurdità di tali leggi. Così, quando Leone si ammala, Umberto lo va a trovare per sincerarsi delle sue condizioni. Ma i giorni passano, le discriminazioni si sommano, fin quando i Della Rocca sono costretti a chiudere il negozio e ad andarsene. La famiglia di Umberto assiste impotente all’addio dei loro vicini e amici.

Introduzione al Film
Il risveglio dell’uomo qualunque
Umberto è “l’uomo qualunque”, uno dei tanti italiani che nel ventennio fascista non ha aderito con passione e convinzione alla politica di Mussolini, ma non si è nemmeno mai opposto ad essa, interessato più agli affari della propria bottega che al destino dell’Italia, attento a non apparire sconveniente o troppo anticonformista di fronte all’establishment fascista che frequenta il suo negozio. Non è soltanto un personaggio lontano dalla politica, ma è anche inetto (almeno inizialmente), incapace di sostenere le proprie teorie. Egli è affetto – come suggerisce la moglie – del cosiddetto “esprit de l’escalier” che colpisce chi trova le giuste parole per ribattere gli argomenti dei propri interlocutori quando ormai ha abbandonato quella situazione ed è già “per le scale”, di ritorno a casa. Avere la battuta giusta quando è troppo tardi è come non averla, è come non possedere una propria idea sulle cose. Così, pur di prendere posizione, Umberto finisce per rivolgere un insulto razzista a Leone, un’accusa sproporzionata rispetto alle colpe del commerciante.
È in quel momento che l’uomo si rende conto di essere un portavoce incosciente della dottrina del regime, un inconsapevole fiancheggiatore di essa e non – come pensava – una persona estranea alle dinamiche politiche. Attorno a Umberto, il regista Ettore Scola costruisce una Roma normale, quotidiana, banale, racchiusa in una sola strada all’interno della quale si svolge ogni piccolo e insignificante avvenimento del film. La scelta di ancorare il racconto ad una sola location, per di più visibilmente ricostruita a Cinecittà, serve per dare all’ambientazione un carattere dichiaratamente fittizio, per evitare, di conseguenza, paragoni con la realtà storica del periodo – più dura di quella rappresentata – e concentrarsi su una microsocietà da bozzetto, nella quale i personaggi non sono altro che maschere, proiezioni macchiettistiche delle diverse “Italiette” che convivevano nel ventennio fascista. Ne scaturisce un panorama dell’Italia del 1938 allo stesso tempo ironico, indulgente e amaro: c’è il professore antifascista, incapace di opporsi al regime, l’omino stupido che trova nel partito fascista l’unico luogo dove sentirsi importante (il cognato di Umberto), il pazzo che riesce a strappare qualche sorriso anche in una situazione drammatica (Ignazietto), la donnina che segue la moda e le riviste patinate (la commessa della sartoria), il vecchio ebreo ingenuamente convinto di poter sfuggire ai campi di concentramento.
La spiccata bidimensionalità dei personaggi di contorno rende il processo di consapevolezza antifascista di Umberto (e dei suoi famigliari) ancora più marcato: il regime fascista ha raggiunto con le leggi razziali un tale grado di ingiustizia e disumanità che anche l’uomo medio – colui che racchiude in sé i vizi e le (poche) virtù italiche – è costretto ad avvedersi del carattere tirannico della dittatura di Mussolini iniziando a privarla delle basi di consenso, sfociando, durante la guerra, nella lotta partigiana e in una generalizzata opposizione al regime. Umberto, in altre parole, è l’“Italietta” che si risveglia, ma che non sa ancora come ribellarsi, che inizia a comprendere che anche i gesti quotidiani (una visita ad un amico malato, il rifiuto di denunciare un rivale solo perché ebreo, il coraggio di aprire bocca e dire ciò che si pensa), possono essere importanti ai fini della costruzione di un paese più giusto.

Il ruolo del minore e la sua rappresentazione
Tra nostalgia, leggerezza e identificazione: il ruolo di Lele.
Lele e Pietruccio sono figure secondarie del film, calcano la scena da protagonisti in poche sequenze: quella dei compiti a casa, quella della farmacista, quella dell’orologiaio ebreo che racconta la sua personale (e drammaticamente errata) visione dell’Italia mussoliniana, quella della parata fascista. In realtà, il loro ruolo – e in particolare quello di Lele – è centrale nell’economia filmica sia dal punto di vista narrativo che da quello tematico. I diversi capitoli del film sono introdotti, infatti, dai disegni illustrati di Lele, sorta di quadretti che mettono in ridicolo le caratteristiche dei “grandi”, sottolineandone l’aspetto caricaturale; inoltre, spesso, la sua voce di commento fa da raccordo tra i vari eventi del film e ne spiega antefatti o circostanze. La decisione di sviluppare la trama dal punto di vista di un ragazzino ha, per Scola, una duplice finalità: da una parte spoglia il racconto di qualsiasi prospettiva ideologica, evitando che si trasformi in un’opera militante (lo sguardo di un bambino dovrebbe, infatti, essere equilibrato e risultare, al contrario di quello degli adulti, lontano dalle ideologie), dall’altra le dona il tono della leggerezza necessario per sorreggere un film basato su tanti piccoli avvenimenti quotidiani, apparentemente privi di significato storico.
Senza dimenticare il carattere nostalgico e inevitabilmente autobiografico delle loro buffe azioni. Scola, classe 1931, aveva nel ‘38 più o meno la stessa età di Lele e Pietro e probabilmente spiava, come loro, le gambe della farmacista o le baruffe dei suoi genitori. La tenerezza riservata alle scene di Pietro e Lele nasce da un certo rimpianto per le piccole cose che non esistono più. Pur non volendo rappresentare fedelmente la condizione dei bambini negli anni del fascismo, Concorrenza sleale si sofferma con precisione sul sentimento di incredulità che essi dovevano provare in quel determinato periodo storico. Alla naturale propensione alle domande, alla curiosità, alla voglia di sapere tipica dei bambini corrisponde un’incapacità da parte dei grandi di dare delle risposte logiche alla barbarie fascista. A differenza di La vita è bella di Roberto Benigni dove il protagonista si ostinava a trovare delle risposte (fantastiche, bugiarde, ma comunque risposte) agli interrogativi del figlio, qui le domande di Pietruccio sul perché vengano requisite le radio e quelle di Lele sul perché il compagno venga espulso da scuola non trovano repliche convincenti.
In questo sguardo ingenuo sul mondo e nell’impossibilità di ricevere risposte dagli altri risiede lo stretto rapporto di similitudine che si crea tra la figura di Lele e quella di Umberto. In altre parole, il padre, come suo figlio, si scopre ignorante di fronte a eventi più grandi di lui. E come capita a quei bambini che non hanno ancora maturato una visione equilibrata delle cose, anche per Umberto non esistono risposte e non esistono reazioni da innescare per cambiare qualcosa. Lo conferma l’ultima riuscita sequenza del film: le due famiglie in silenzio si salutano in un misto di stupore, rassegnazione, disappunto, i Della Rocca si allontanano senza conoscere il loro destino, Umberto e i suoi familiari li guardano andare via senza poter fare nulla. Lo scambio di sguardi tra i personaggi è come quello ansioso dei ragazzi quando assistono ad un addio inspiegabile. Ma è inutile cercare una risposta negli occhi dell’altro, quando questa risposta non c’è.

Riferimenti ad altre pellicole e spunti didattici
Concorrenza sleale si inserisce nel ricco filone di film (italiani e non) dedicati alla Shoah, al nazifascismo, alla seconda guerra mondiale. La sua diversità (e il conseguente interesse) rispetto agli altri titoli risiede da una parte nel suo fermarsi al 1938, ovvero ad un passo dalla guerra e dalle deportazioni, dall’altra nell’attenta e precisa ricostruzione della società italiana del periodo. Gli oggetti, le automobili, i giornali, le vecchie professioni che non esistono più, le abitudini ormai dimenticate (il bicchiere di vino al bar, l’opera sentita alla radio) raccontano, forse più dell’intreccio stesso, il modo di vivere degli italiani.
Questionari, approfondimenti, testimonianze, lezioni possono nascere a partire dalla ricostruzione storico-scenografica della pellicola. Difficile trovare esempi analoghi nella cinematografia italiana che si occupa di infanzia e adolescenza. Una stessa attenzione al dettaglio del quotidiano – ma in una realtà decisamente diversa e con protagonisti adulti – si trova ne Il pianista di Roman Polanski, dove si racconta (nella prima parte del film) la vita di una famiglia nel ghetto di Varsavia. Per capire la condizione dei bambini in epoca fascista si può visionare I bambini ci guardano di De Sica o, in chiave caricaturale e fantastica, Amarcord di Federico Fellini. A tale proposito, si può fare un confronto sul diverso modo di raffigurare i personaggi scelto da Scola e da Fellini.
Marco Dalla Gassa
http://www.minori.it/Concorrenza_sleale
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Hace apenas diez años se estrenaban regularmente las últimas películas de Theo Angelopolus, Manoel de Oliveira, Doris Dörrie, Alexander Sokurov, Nanni Moretti,  Shoei Imamura, Tsai Ming Liang, Abbas Kiarostami, José Luis Guerín, Samira Majmalbaf o Arturo Ripstein, entre otros directores de vanguardia. Y el público respondía. Todavía recuerdo el insólito cartel de “localidades agotadas” en la sala uno del Lorca para La manzana o Profundo carmesí, (por no mencionar el mítico caso de El sabor de la cereza), o la permanencia en cartel de Nadie me quiere o Tren de sombras por más de seis meses en el Cosmos. En ese contexto, La Cena de Ettore Scola era considerada una película clásica y convencional, y su estreno en el año 2000 fue un importante suceso comercial. Pero aquel gran momento no se consolidó en un circuito alternativo de salas y en el 2001, crisis mediante, todo se vino abajo. En el mismo año Scola filmó su siguiente película, Competencia desleal, la misma que se estrena esta semana con ocho años de retraso. Para colmo de males se proyecta en DVD ampliado, una práctica que comenzó a utilizarse para el estreno de películas de riesgo y que luego se terminó generalizando.
En línea con Una jornada particular o La familia, Ettore Scola vuelve a posar su mirada humanista sobre la Italia de Mussolini, e intenta una vez más iluminar los grandes acontecimientos de la Historia a través de una pequeña historia. En este caso se concentra en el devenir de dos sastres, Umberto y Leone, que compiten por la clientela en una calle romana. La primera parte de la película transcurre en un tono ligero y amable, el director se detiene en cada uno de los personajes que componen la típica parentela que rodea a los dos protagonistas, haciendo hincapié en la tierna complicidad de sus hijos. La situación cambia cuando empiezan a endurecerse las leyes raciales del gobierno fascista y aflora la condición judía de Leone. Pero mientras la intolerancia gana la calle, se produce un lento acercamiento entre los rivales que culmina en una emotiva escena en la casa de Leone, donde ambos descubren que tienen mucho más en común de lo que suponían. Scola no recurre al trazo grueso ni siquiera cuando satiriza al gobierno de Mussolini, no banaliza la tragedia, y redondea de esta manera un retrato sutil de vidas corrientes que se ven envueltas en la irracionalidad de ciertos episodios del siglo pasado y que encuentran su perfecta síntesis en la escena en la que el pequeño hijo de Umberto que ve sin comprender como su amigo del alma se aleja quizá para siempre.
Aníbal Perotti
http://cinemarama.wordpress.com/2009/03/10/competencia-desleal-concorrenza-sleale-estreno-en-dvd-ampliado/

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